domingo, 4 de noviembre de 2012

One more night.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Tiempo eterno, monótono y martirizante. Tiempo que no ha cerrado las heridas y que, sin embargo, te ha hecho más presente, más cercano y más destructivo.

Llevo muchos años queriendo olvidar. Olvidarme de ti, de tu sonrisa, de tu olor, de tu forma de mirarme, de abrazarme, de susurrarme al oído. Olvidarme de aquel "para siempre", de las promesas que hicimos, de los besos, de las caricias, de las noches estrelladas que pasábamos en silencio. De lo que antes era un todo y que con una simple palabra quedó reducido a cenizas.

Intentos fallidos, noches en vela, fotos quemadas. Y sigues aquí. Tu recuerdo es tan fuerte como la primera vez que te vi, cuando nuestras miradas se cruzaron y tu nombre quedó grabado en mi.

Eso es lo que llaman "primer amor" Aquello por lo que unas veces estás tan arriba y otras tan abajo. Por aquello que darías tu vida. Por aquello que lloras cada noche. Es todo y es nada. Te hace sentir grande para luego destruirte lentamente. Y aún sabiéndolo, caes en sus garras. Te enamoras.

Cuando crees que está todo bien, que has encontrado el camino correcto para seguir adelante, él vuelve, desmoronándote todo y haciendo que el mundo te venga grande. Te ves de nuevo en un callejón sin salida, entre la espada y la pared. Entre lo que de verdad sientes y lo que quieres hacerte creer. Y es el momento en el que te das cuenta de que aún le sigues queriendo. No te importa nada más, ni las lágrimas derramadas, ni los pedazos de tu corazón, ni el daño sufrido.

Te volverías a entregar a él en cuerpo y alma, una sola noche más. Con una te basta. Para volver a sentirle cerca, para decirle todo lo que siempre callaste y para arriesgarte a perderle de nuevo. Pero no tienes fuerzas para ello. Te limitas a levantar la mirada y encontrarte con esos ojos negros que te enamoraron una vez. Esos ojos que, también, te llevaron a la perdición. Esos ojos a los que les cederías una noche más. Los mismos que ahora hacen que los tuyos se empañen, nublándote la vista, empapándote las mejillas. Y te resignas, y avanzas, y le dejas atrás.

El corazón te da un vuelvo, y miles de pequeños y afilados cuchillos se clavan en él. Sábes que es su culpa, pero la cabeza no tiene lugar en estos temas. Y te dejas guiar por el corazón. Giras la cabeza para comprobar si él sigue allí. Aún queda en tí un ápice de esperanza que se desvanece y se pierde en lo más profundo de tu ser.

Le ves caminar con paso firme, dejándote atrás. Y es cuando te das cuenta que él ha conseguido olvidarte. Rápido, demasiado rápido.

Las lágrimas recorren tu cara, te sientes desnuda y desprotegida. La gente se para, te observa y comenta a tus espaldas como si de una maldición tratase. Y es que en el fondo, lo es. Porque el amor es la peor magia de todas, la cual hace que estés condenado de por vida. Te hace perder la cabeza, cometer locuras, darlo todo y no recibir nada. Te maneja a su antojo y te deja que te confies, que te sientas bien y luego te sume en oscuridad. Pero es inevitable. Y repetirias con los ojos cerrados.

La vida sigue su curso, el tiempo sigue pasando y, por fin, consigues cerrar algunas pequeñas heridas. Te sientes orgullosa pero no es suficiente. Y cuando nadie te ve, lloras hasta quedarte dormida esperando soñar con él. Una noche más.

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