viernes, 3 de mayo de 2013

Esencia


Es curioso lo rápido que pasa el tiempo, ¿verdad? Parece que fue ayer cuándo sucedió todo y en cambio, han pasado ya unos cuantos años. Años en los que he podido pensar y reflexionar, mirar al pasado con nostalgia y saber que la vida no se basa en vivir de él.
Si algo he aprendido de ella, es que hay que vivirla para poder escribir tu historia. He aprendido que la vida se esfuma igual o incluso más rápida que el humo, que perdemos mucho tiempo buscando la felicidad y no nos damos cuenta de que ésta reside en las pequeñas cosas. He podido descubrir mi verdadero camino, quién soy y a quién pertenezco. Y lo más importante de todo, he podido sentir la verdadera esencia de la vida, que no es otra que el amor.
Y diréis que estoy loca. Probablemente sea cierto. Y probablemente no me importe. Porque soy feliz. Y todo gracias a él.

[…]

En el centro de aquel lugar se encontraba mi viejo piano de cola. Encendí el foco que lo iluminaba y, posando mis dedos sobre la tapa, contemplé lo que a mí alrededor se vislumbraba: La pintura ya caída de las paredes cubría la madera ajada del suelo, las butacas que se situaban en el palco de aquel teatro estaban rotas y hechas triza, el telón tenía un color rojo apagado, sin vida, cómo todo lo que había allí dentro.
Cerré los ojos y suspiré hondo. Recorrí aquel negro piano con mis dedos, hasta llegar a las teclas, fundiéndome en ellas. Comencé a tocar aquella melodía.
Las agudas notas salían con una fuerza incontrolable, envolviendo la sala. Por un momento me evadí y recordé aquellas noches estrelladas en las que miles de personas venían a vernos, subidos en aquel escenario. El dúo Ainsworth, él ponía la voz y yo la melodía. Formábamos una combinación perfecta. Demasiado.
La última nota de aquella canción me devolvió a la realidad y las palabras de mi mejor amigo retumbaron en mi cabeza: Siento que sea así. Solo espero que me perdones y me olvides. Que sepas saber seguir sin mí.

[…]

La canción sonaba una y otra vez. Su letra daba vueltas y vueltas en mi cabeza. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, igual que cuando el posó su delicada mano sobre mi hombro por primera vez. La primera vez que, al mirarle a los ojos, supe que nada iba a ser igual.

No puedo comprar tu amor,
ni siquiera quiero intentarlo,
algunas veces la verdad no te hará feliz,
así que no voy a mentir,
pero nunca preguntes si mi corazón late solo por ti,
porque late solo por ti.

Sé que estoy lejos de lo perfecto,
nada como tu séquito,
no puedo concederte ningún deseo,
no te prometeré las estrellas,
pero nunca preguntes si mi corazón late solo por ti,
porque late solo por ti.

Porque cuando te estás dando por vencido,
cuando no importa lo que hagas,
nunca es lo suficientemente bueno,
cuando nunca pensaste
que se pudiera alguna vez llegar a este pensamiento,
es entonces cuando sientes mi clase de amor.

Cada letra, cada palabra, cada frase hacía que tu imagen se hiciese cada vez más presente. Aún no entiendo los motivos por los cuales te fuiste, pero me enseñaste a quedarme solo con lo bueno. Me enseñaste a levantarme, a luchar por los sueños, a reír y a amar. Fui feliz a tu lado porque te descubrí de verdad. Aquella imagen tuya de chico serio y frío. Aquellos ojos llenos de melancolía. Aquel pelo negro azabache…
Creí conocerte desde siempre por el simple hecho de que eras mi hermano. Reconozco que te subestimé muchas veces y que, incluso, te deseé la muerte. Y aún sabiendo esto, me dejaste que te viese en tu estado más puro. Lo que eres. Sin ataduras. Me dejaste conocer tu esencia.

[…]

9 de Diciembre de 2009.

Era un frío día de invierno. Desde la ventana de nuestra habitación podía contemplar el brillante cielo cubierto de nubes blancas, los tejados de algodón y los árboles desnudos.
Adoraba los días de nieve. Quedarse en casa, sentada en mi sillón con un buen libro, al calor de la hoguera.

[…]

Por aquel entonces yo tenía 16 años y vivía en una pequeña casa con mis padres y mi hermano mayor Blake, a las afueras de la ciudad de Londres.
Compartía habitación con Blake, nunca me había incomodado, pero me gustaba tener mi espacio de intimidad. Teníamos confianza, quizás no la suficiente o la que me gustaría. Podía decirse que teníamos la típica relación de hermano-hermana.
Sé que él estaba con una chica menor, creo que de mi edad. Y eso no me hacía especialmente feliz la situación, aunque sabía disimularlo.
Recuerdo que bajábamos todos los viernes a la City para el espectáculo. El Royal Albert Hall lucía diferente cuando nosotros estábamos dentro, subidos en aquel escenario. Él la voz y yo la melodía.
Pero aquel viernes sería diferente. Y cambiaría nuestras vidas para siempre. Al menos la mía, si que la cambió.

[…]

El Royal Albert Hall rebosaba vida: El incesante tráfico humano bloqueaba las dos puertas de entrada y el taquillero. Las luces de los coches iluminaban un cielo que, aunque estaba gris, anunciaba una gran noche. Y la luna llena brillaba en lo alto con una fuerza inconfundible e inigualable. Dentro, los asientos iban quedando ocupados poco a poco y la gente inundaba la sala con sus risas y murmuros.
Yo, como cada viernes, me asomaba tras el rojo telón que cubría el escenario a contemplar. Las manos me seguían temblando como el primer día y no hacía más que resoplar. Mi hermano Blake, por su parte, estaba sentado en un gran sillón de color amarillo cubierto por un tapiz de flores que, para mi gusto, no combinaba nada bien con la decoración de aquel teatro. Tenía la mirada perdida en el infinito, pero mantenía esa actitud impasible que tanto le caracterizaba.
Las luces del teatro se fueron apagando una a una y el telón se abrió al completo. Los murmuros de los asistentes fueron cesando, y la sala quedó sumida en el más profundo de los silencios.
El foco central se encendió, iluminando mi negro piano de cola. Salí con elegancia desde una de las puertas laterales y me senté con delicadeza en la silla. Coloqué la partitura y comencé a tocar.
Blake apareció poco después por la puerta contraria, miró al público y se acercó a mí. Posó una de sus manos en mi hombro y comenzó a cantar. Las palabras salían con fuerza de su garganta, como en un arrebato. Me miró como nunca lo había hecho y comenzó a llorar mientras cantaba. El mayor espectáculo para la vista. Mi vello se erizó al verle así, con esa garra. Maravilloso.
Su voz firme inundó toda la sala. No se le quebró ni un momento. Yo seguía al piano, deslizando mis manos con ímpetu. La gente se quedó boquiabierta.

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

El micrófono huele a cerveza
y el calor se podría cortar
solitarios oscuros buscando pareja
apurándose un sábado más

Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: "pareces cansado"
y aún no ha salido ni el Sol

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel
.

Llegó un punto en que mi cuerpo se movía solo, porque yo, al igual que el resto de los allí presentes, estábamos embriagados por la increíble voz de Blake. Deseaba que fuese eterno. Nunca había visto a nadie en su estado más puro, no como él.
Con la última nota de mi piano, el foco central se apagó y la gente se levantó de sus asientos, aplaudiendo y echando flores al escenario.
Blake se acercó a mí, temblando, y dejó caer su peso sobre la silla del piano. Me agarró la mano y pude notar su fría temperatura. La apreté con fuerza y sobre ella cayó una lágrima. Luego me abrazó y me susurró al odio lo que llevaba deseando mucho tiempo.

-Te quiero hermana. Nunca lo olvides, pase lo que pase.

Me ayudó a levantarme de aquella silla y nos acercamos al borde del escenario. El foco nos iluminó y, aún dados de la mano y con los sentimientos a flor de piel, hicimos un par de reverencias mientras éramos ovacionados por el conmocionado público.

[…]

Entré en mi camerino, aún en shock por todo lo que había pasado aquella noche. Nunca, repito NUNCA había visto así a Blake. Tan frío, tan distante, tan firme, tan él. Y hoy, en cambio, parecía desprotegido, con falta de cariño. Su mirada mostraba melancolía, era profunda como la noche y estaba perdida.
Un portazo me devolvió a la realidad. Blake cogió un vaso del armario y lo golpeó contra la mesa. Luego, saco una botella de whisky y se sirvió.
Me quedé observándole durante mucho rato y él, aunque lo había notado, sorprendentemente no se inmutó.
Estuvimos más de diez minutos parados sin saber la razón hasta que yo, debido a un impulso movido por una fuerza desconocida, me acerqué al sofá en el que estaba recostado.
No me acuerdo exactamente que era lo que iba a decirle, porque sus delicados dedos se posaron sobre mis labios. Sus ojos se clavaron en los míos, haciendo que un escalofrío recorriese mi columna y un suspiro ahogado saliese de mi garganta.
Con una mano sujetó mi barbilla y con la otra, después de dejar la copa de whisky en el suelo, me acercó a su pecho. Noté con la rapidez con la que latía su corazón y, sin saber cómo, su aliento en mi fría nariz.
Me giró y me sentó con delicadeza en el sofá, depositando un leve beso en mi frente, luego en mi mejilla y finalmente en mi cuello. Acto seguido levantó la mirada, esta vez cargada de dulzura, y me sonrió.

[…]

Nuestros cuerpos desnudos se fundieron en un embriagador abrazo y mis labios buscaron los suyos con deseo. Encajaban a la perfección y deseé no soltarle nunca. Volvió a apretarme con fuerza contra torso y comenzó a cantarme al oído la canción.
Después, tomo un sorbo de su copa y me dio a mí para probar. Su amargo sabor se mezclaba con el dulce de las fresas que reposaban sobre la mesilla. Blake cogió otra con su boca y me la dio.
Recorrí su torso con el dedo y simulé que estaba tocando una melodía al piano. El rió traviesamente y volvió a envolverme entre las sábanas.

 […]

A la mañana siguiente desperté recostada sobre su pálido pecho y una amplia sonrisa adornaba su angelical cara.
Mi paladar sabía a una mezcla entre whisky, fresas y tabaco. Y así durante un par de años. Ya me había acostumbrado a ese sabor, pero dice que nada es eterno, y quién mejor que yo para saberlo.

[…]

Recuerdo aún sus palabras de despedida. Y no sé si creerme  que se fue por vergüenza, cobardía o porque, de verdad, había vivido en una mentira. Tampoco sé que es de él ahora, y tampoco me importa.
Fui feliz, no lo niego y repetiría sin dudarlo, no voy a decir que no. Pero también sé que él no volverá y que, aunque miles de noches confundo a mi cabeza, mi corazón ya no se deja engañar.
Con él aprendí a mirar la vida desde otra perspectiva, a no juzgar sin conocer. Descubrí lo que era el amor y también el sufrimiento. Conocí tantas cosas de la vida que puedo decir que sé cuál es su verdadera esencia.

[…]

Guardo aún un pequeño frasco que contiene aquella esencia que tanto ansía la gente. Dentro están guardados muchos recuerdos suyos, muchas cosas vividas y aún más las que quedan por vivir.
Intento no aferrarme al recuerdo y mirar siempre hacia adelante, pero su abandono supuso un golpe muy duro para mí. Así que yo os tiendo mi más preciado tesoro, para que vosotros sepáis aprovechar la vida durante más tiempo de lo que lo hice yo, Katia Ainsworth.

3 comentarios:

  1. askalsaslkalskalskalskañslañdkalsasasalklasal

    He intentado escribir un comentario coherente y sólo me ha salido eso.
    Qué bonito, por favor. Me tienes en una nube de felicidad porque son muy monos y en un pozo de tristeza porque son hermanos y no puede funcionar y él se ha ido y aahg. Qué dolor. Peeeero me encanta el final. Muy melancólico. :)

    Gracias por escribir y escribir tan bien. Y por compartirlo <3

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    1. No pasa nada, me gusta el "sdkfhbaskhdbfklahsb" xDD
      ¿Sabes que pasa? Que tiendo a los finales tristes, siempre. Sí, me gusta haceros llorar jajaa
      Me alegro de que te hayas pasado a leerlo, y de que te haya gustado tanto como a mi escribirlo.

      Ay, no me digas esas cosas que al final me las creo :$ <3

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  2. Traducción: me has matao (así, a lo basto)

    O como diría Ron Weasley: he sufrido, pero me ha hecho feliz.

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