viernes, 3 de mayo de 2013

Cuando las palabras dejan de serlo.


Hay veces que las palabras dejan de ser eso, palabras, y pasan a convertirse en aquello que, sin quererlo, puede cambiarte la vida.

Para contaros esta historia, quizás sea mejor empezar por el final para que entendáis mejor el principio. O empezar por el principio para que, al final, hayáis aprendido algo. Sea como sea, ésta historia, mi historia y la de mucha gente, debe ser contada.

Si no me equivoco, a muchos de vosotros os dará igual lo que os relate en las próximas líneas. Poniéndome yo en vuestro lugar, a mí también me daría igual. Pero luego me paro a pensar y digo, si alguna vez nos preocupáramos por los demás, de sus vidas, de lo que nos tienen que decir o, por el contrario, de lo que tienen que callar, nada de lo que leeréis a continuación hubiese sucedido.

Soy Anna, Anna Nowak. Nací hace diecisiete primaveras en un pueblo de Polonia de cuyo nombre no quiero acordarme. No tuve una infancia fácil, nada fácil. Mis padres estaban todo el día fuera debido a sus respectivos trabajos y, cuando llegaban a casa, no hacían más que discutir. Luego, estaba el hecho de quedarme todo el día con niñeras que olían a pollo frito y que, siendo sincera, me trataban como un bicho raro. Todo el mundo me trataba como un bicho raro.  En el colegio apenas tenía amigos, cada vez menos. Tampoco supe nunca porqué era diferente. Supongo que son etiquetas que pone la gente.

A la edad de trece años, me mudé aquí, a España, con mi abuela, dado que mis padres se separaron y ninguno quería cargar conmigo.

Las cosas aquí no hicieron más que empeorar, aunque yo al principio no me quise dar cuenta. Empecé de 0 en un nuevo instituto, teniendo que adaptarme a la gente, y sobre todo, al idioma. Mis compañeros se reían de mí por todas las dificultades que tenía al hablar español: Me costaba pronunciar y a veces se me olvidaban las palabras. Pero no me importaban sus comentarios, ya estaba acostumbrada, o eso creía yo.
Los primeros años de la ESO transcurrieron así, como el primero, hasta que llegué a cuarto. Había repetido dos cursos, y los pocos amigos que tenía ya se habían ido. Aunque, siendo sincera, ya me había acostumbrado a la soledad. Pero esta, es otra historia…

Estábamos, si mal no recuerdo, en Febrero. Un día de aquel frío mes, gente aún sin nombres y apellidos, crearon una web sobre cotilleos de todo el instituto. Entré de las primeras, y me sentí aliviada al ver que no había nada escrito sobre mí. Aún.

Aquella página web fue creciendo y creciendo, hasta el punto de que todo el mundo podía crearse su propia cuenta y comentar. Bien fuese verdad o no. Estaba claro que, llegados a ese punto, no te podías fiar ni de tu sombra. La gente cada vez confiaba menos en los demás y, aún así, se llevaban sorpresas. Por suerte, eran rumores que iban y venían, y que, con el tiempo, se iban olvidando.
Pasaban los meses y, todas las personas que asistían a este centro, iban cayendo en “sus garras”. No se libró nadie, ni profesores ni alumnos. Y yo, no fui una excepción.

Mi caso fue, sin duda, el peor y más cruel de todo. No solo por el “odio” que me tenían algunos, si no porque, de verdad, lograron hacerme mucho, mucho daño.

No es tanto el mensaje del propio rumor, si no el interés de mis compañeros en sacarlo a la luz. Apuesto a que, como los demás comentarios, este iba sin intención de hacer daño. Pero, es así, como más daño se hace.

Desde el momento en que aquellas personas dieron a enter y publicaron ese comentario que decía: ¿Conocéis a esa rubita con cara de inocente? Sí, esa tal Anna, polaca. Pues chicos, id con los ojos bien abiertos, porque una víbora anda suelta. Desde ese momento, comenzaron a destrozarme la vida. Porque, como bien he dicho al principio, llega el punto en que las palabras dejan de ser eso, palabras.

Lo que al principio era un juego, una diversión, algo con lo que pasar el rato, se fue convirtiendo en un verdadero dolor de cabeza y el camino se me iba haciendo cada vez más cuesta arriba.

Los días pasaban y el rumor que rondaba en torno a mi no desaparecía. Es más, sucedía todo lo contrario. Al caminar por los pasillos del instituto, mis compañeras me miraban de arriba abajo y, los chicos se acercaban y me hacían gestos salidos de tono, a los cuales, yo no respondía. Lo peor, es que ellos no se daban por vencidos y seguían intentando sacar esa faceta de “guarra” de la que estaba siendo… ¿Cómo explicarlo? Acusada.

De ese comentario “inocente”, comenzaron a surgir más y más. Yo nunca he sido una chica que ha dado la cara; siempre he sido más bien, todo lo contrario. Nunca me atreví a decir que aquello era mentira ni intenté que la gente me creyera. Me limité a girar la cara a aquellos que me hacían daño y esperar a que llegase la calma.

Supuse que podría superar la situación, pero si a la soledad, sumas comentarios dañinos a tus espaldas, la situación termina por reventar. Mis notas comenzaron a bajar considerablemente, empecé a faltar a clase y lloraba todas las noches. Y aún en mi ausencia, seguía siendo la comidilla de todos los grupitos de aquel instituto: Desde los de Primero de la ESO hasta los de Segundo de Bachillerato.

Mentiría si dijera que no intenté suicidarme, pero mi abuela era una razón de peso suficiente para no hacerlo. Ella fue la que estuvo conmigo, la única que me creyó y la que, tras poner una demanda al centro escolar, me cambió de instituto.

Con mi marcha, se comenzó a investigar a los posibles autores de la página, pero no hubo resultados. La web fue cerrada y poco a poco se fue olvidando la situación. En mi nuevo instituto, los primeros meses, fui tachada de “víbora”, al igual que en el anterior. La verdad es que había llegado más lejos de lo que yo pensaba. Luego, las cosas fueron bien, relativamente.

He estado acudiendo a psicólogos desde entonces, ya que sufrí de depresión grave. Mi abuela fue, como ya he dicho, mi máximo apoyo. Ahora, tengo también un par de amigas que conocí en mi nuevo instituto, que sí que se pararon a conocerme…

Esta historia, aunque muchas veces no salga a la luz, es real. Hay en el mundo muchas personas llamadas “Anna Nowak” Algún día puedo ser yo o tú. Han podido ser muchos los que hayan pasado por una situación igual a esta. Quizás me he puesto en el extremo, puede ser. Pero esto, en mayor o menor nivel de gravedad, ocurre.
Los rumores nacen sin intención de ofender, simplemente de pasar un buen rato. Pero, llega un punto, en el que estos comentarios se nos van de las manos. Y ocurre lo que acabamos de leer.

Así que termino como comencé esta reflexión: Un rumor, no es ni más ni menos que palabras. Palabras que se utilizan cuando no hay nada de lo que hablar y conseguimos un blanco, por llamarlo de alguna manera, fácilmente vulnerable. Es muy fácil propagar un rumor; bien sea por su novedad, su exclusividad o su morbo. Pero, ¿es tan fácil eliminarlo? Yo creo que no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario