Hay veces que las palabras dejan de ser eso, palabras, y
pasan a convertirse en aquello que, sin quererlo, puede cambiarte la vida.
Para contaros esta historia, quizás sea mejor empezar por el
final para que entendáis mejor el principio. O empezar por el principio para
que, al final, hayáis aprendido algo. Sea como sea, ésta historia, mi historia
y la de mucha gente, debe ser contada.
Si no me equivoco, a muchos de vosotros os dará igual lo que
os relate en las próximas líneas. Poniéndome yo en vuestro lugar, a mí también
me daría igual. Pero luego me paro a pensar y digo, si alguna vez nos
preocupáramos por los demás, de sus vidas, de lo que nos tienen que decir o,
por el contrario, de lo que tienen que callar, nada de lo que leeréis a
continuación hubiese sucedido.
Soy Anna, Anna Nowak. Nací hace diecisiete primaveras en un
pueblo de Polonia de cuyo nombre no quiero acordarme. No tuve una infancia
fácil, nada fácil. Mis padres estaban todo el día fuera debido a sus
respectivos trabajos y, cuando llegaban a casa, no hacían más que discutir.
Luego, estaba el hecho de quedarme todo el día con niñeras que olían a pollo
frito y que, siendo sincera, me trataban como un bicho raro. Todo el mundo me
trataba como un bicho raro. En el
colegio apenas tenía amigos, cada vez menos. Tampoco supe nunca porqué era
diferente. Supongo que son etiquetas que pone la gente.
A la edad de trece años, me mudé aquí, a España, con mi
abuela, dado que mis padres se separaron y ninguno quería cargar conmigo.
Las cosas aquí no hicieron más que empeorar, aunque yo al
principio no me quise dar cuenta. Empecé de 0 en un nuevo instituto, teniendo
que adaptarme a la gente, y sobre todo, al idioma. Mis compañeros se reían de
mí por todas las dificultades que tenía al hablar español: Me costaba
pronunciar y a veces se me olvidaban las palabras. Pero no me importaban sus
comentarios, ya estaba acostumbrada, o eso creía yo.
Los primeros años de la ESO transcurrieron así, como el
primero, hasta que llegué a cuarto. Había repetido dos cursos, y los pocos
amigos que tenía ya se habían ido. Aunque, siendo sincera, ya me había
acostumbrado a la soledad. Pero esta, es otra historia…
Estábamos, si mal no
recuerdo, en Febrero. Un día de aquel frío mes, gente aún sin nombres y
apellidos, crearon una web sobre cotilleos de todo el instituto. Entré de las
primeras, y me sentí aliviada al ver que no había nada escrito sobre mí. Aún.
Aquella página web fue
creciendo y creciendo, hasta el punto de que todo el mundo podía crearse su
propia cuenta y comentar. Bien fuese verdad o no. Estaba claro que, llegados a
ese punto, no te podías fiar ni de tu sombra. La gente cada vez confiaba menos en
los demás y, aún así, se llevaban sorpresas. Por suerte, eran rumores que iban
y venían, y que, con el tiempo, se iban olvidando.
Pasaban los meses y,
todas las personas que asistían a este centro, iban cayendo en “sus garras”. No
se libró nadie, ni profesores ni alumnos. Y yo, no fui una excepción.
Mi caso fue, sin duda,
el peor y más cruel de todo. No solo por el “odio” que me tenían algunos, si no
porque, de verdad, lograron hacerme mucho, mucho daño.
No es tanto el mensaje
del propio rumor, si no el interés de mis compañeros en sacarlo a la luz.
Apuesto a que, como los demás comentarios, este iba sin intención de hacer daño.
Pero, es así, como más daño se hace.
Desde el momento en
que aquellas personas dieron a enter y publicaron ese comentario que decía: ¿Conocéis a esa rubita con cara de
inocente? Sí, esa tal Anna, polaca. Pues chicos, id con los ojos bien abiertos,
porque una víbora anda suelta. Desde ese momento, comenzaron a destrozarme
la vida. Porque, como bien he dicho al principio, llega el punto en que las
palabras dejan de ser eso, palabras.
Lo que al principio
era un juego, una diversión, algo con lo que pasar el rato, se fue convirtiendo
en un verdadero dolor de cabeza y el camino se me iba haciendo cada vez más
cuesta arriba.
Los días pasaban y el
rumor que rondaba en torno a mi no desaparecía. Es más, sucedía todo lo
contrario. Al caminar por los pasillos del instituto, mis compañeras me miraban
de arriba abajo y, los chicos se acercaban y me hacían gestos salidos de tono,
a los cuales, yo no respondía. Lo peor, es que ellos no se daban por vencidos y
seguían intentando sacar esa faceta de “guarra” de la que estaba siendo… ¿Cómo
explicarlo? Acusada.
De ese comentario
“inocente”, comenzaron a surgir más y más. Yo nunca he sido una chica que ha
dado la cara; siempre he sido más bien, todo lo contrario. Nunca me atreví a
decir que aquello era mentira ni intenté que la gente me creyera. Me limité a
girar la cara a aquellos que me hacían daño y esperar a que llegase la calma.
Supuse que podría
superar la situación, pero si a la soledad, sumas comentarios dañinos a tus
espaldas, la situación termina por reventar. Mis notas comenzaron a bajar
considerablemente, empecé a faltar a clase y lloraba todas las noches. Y aún en
mi ausencia, seguía siendo la comidilla de todos los grupitos de aquel
instituto: Desde los de Primero de la ESO hasta los de Segundo de Bachillerato.
Mentiría si dijera que
no intenté suicidarme, pero mi abuela era una razón de peso suficiente para no
hacerlo. Ella fue la que estuvo conmigo, la única que me creyó y la que, tras
poner una demanda al centro escolar, me cambió de instituto.
Con mi marcha, se
comenzó a investigar a los posibles autores de la página, pero no hubo
resultados. La web fue cerrada y poco a poco se fue olvidando la situación. En
mi nuevo instituto, los primeros meses, fui tachada de “víbora”, al igual que
en el anterior. La verdad es que había llegado más lejos de lo que yo pensaba.
Luego, las cosas fueron bien, relativamente.
He estado acudiendo a
psicólogos desde entonces, ya que sufrí de depresión grave. Mi abuela fue, como
ya he dicho, mi máximo apoyo. Ahora, tengo también un par de amigas que conocí
en mi nuevo instituto, que sí que se pararon a conocerme…
Esta historia, aunque muchas veces no salga a la luz, es
real. Hay en el mundo muchas personas llamadas “Anna Nowak” Algún día puedo ser
yo o tú. Han podido ser muchos los que hayan pasado por una situación igual a
esta. Quizás me he puesto en el extremo, puede ser. Pero esto, en mayor o menor
nivel de gravedad, ocurre.
Los rumores nacen sin intención de ofender, simplemente de
pasar un buen rato. Pero, llega un punto, en el que estos comentarios se nos
van de las manos. Y ocurre lo que acabamos de leer.
Así que termino como comencé esta reflexión: Un rumor, no es ni más ni menos que palabras. Palabras que se utilizan cuando no hay nada de lo que hablar y conseguimos un blanco, por llamarlo de alguna manera, fácilmente vulnerable. Es muy fácil propagar un rumor; bien sea por su novedad, su exclusividad o su morbo. Pero, ¿es tan fácil eliminarlo? Yo creo que no.
Así que termino como comencé esta reflexión: Un rumor, no es ni más ni menos que palabras. Palabras que se utilizan cuando no hay nada de lo que hablar y conseguimos un blanco, por llamarlo de alguna manera, fácilmente vulnerable. Es muy fácil propagar un rumor; bien sea por su novedad, su exclusividad o su morbo. Pero, ¿es tan fácil eliminarlo? Yo creo que no.
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