Antes
de empezar con mi historia, que también será la vuestra, me vais a dejar que me
presente: Me llamo Anna Nowak, tengo 17 años y soy Polaca. Si, Polaca, pero
vivo en Londres desde hace 10 años con mi abuela.
Mi vida es lo que menos os importa, pero si
queréis, os la contaré algún día. Ahora, vamos a lo importante.
TODOS, y digo TODOS los presentes aquí,
incluida tu que niegas con la cabeza, tenemos las hormonas revolucionadas. No,
no… Puede parecer una chorrada, pero es que es verdad. ¿Y qué pasa cuando
tenemos las hormonas revolucionadas? –Si tu, la de la camiseta azul, que pones
cara de saberlo- Exacto, me lo has quitado de la boca: Se te rompe una uña,
lloras; sacas un cinco en un examen, lloras; el chico que te gusta no te hace
ni caso, lloras; tu padres no te dejan salir; lloras; se te reinicia la Blackberry, lloras; quieres una cámara réflex y no te la
compran, lloras; tu ídolo te ha tocado la mano, lloras; estás leyendo esto y
lloras. Y lloras y te pones música deprimente. Y sigues llorando. Cosas de la
adolescencia supongo. Pero no, no todo es llorar, también gritamos, por todo.
Como si tuviésemos sensores de irritabilidad o algo. Y sacamos de quicio a
nuestros padres, y seguimos modas, como esa de comenzar a fumar a los 13, y
juramos que no nos volveremos a enamorar nunca, y empezamos a suspender en el
colegio, y pedimos más libertad, y hacemos nuevos amigos, y seguimos llorando y
gritando, y nos enfadamos con el mundo, y nos salen granos –y lloramos,
lógicamente-, y los chicos se vuelven más guapos –y ahí pensamos, porque ellos
más guapos y nosotras con más granos. El Karma- y nos enamoramos aunque hayamos
dicho que no, y nos volvemos muy cursis hasta querer vomitar arcoíris,…
Demasiadas cosas para mencionar ahora.
Pero para eso estoy yo aquí, para haceros
formar parte de mi historia, vuestra historia y la de vuestro gritos, llantos,
granos, novios, ex novios, ídolos, padres y abuelos a los que sacáis de quicio,
etc, etc, etc. Así que solo me queda deciros que –pone voz de chica de anuncio-
Todo esto y mucho más en, Bendita Adolescencia.
Muchos sueños e ilusiones fueron depositados aquí hace años, esperando a que alguien lo abriese y los dejase volar.
lunes, 27 de mayo de 2013
viernes, 3 de mayo de 2013
Esencia
Es curioso lo rápido que pasa el tiempo, ¿verdad? Parece que fue ayer
cuándo sucedió todo y en cambio, han pasado ya unos cuantos años. Años en los
que he podido pensar y reflexionar, mirar al pasado con nostalgia y saber que
la vida no se basa en vivir de él.
Si algo he aprendido de ella, es que hay que vivirla para poder
escribir tu historia. He aprendido que la vida se esfuma igual o incluso más rápida
que el humo, que perdemos mucho tiempo buscando la felicidad y no nos damos
cuenta de que ésta reside en las pequeñas cosas. He podido descubrir mi
verdadero camino, quién soy y a quién pertenezco. Y lo más importante de todo,
he podido sentir la verdadera esencia de la vida, que no es otra que el amor.
Y diréis que estoy loca. Probablemente sea cierto. Y probablemente no
me importe. Porque soy feliz. Y todo gracias a él.
[…]
En el centro de aquel lugar se encontraba mi viejo piano de cola.
Encendí el foco que lo iluminaba y, posando mis dedos sobre la tapa, contemplé
lo que a mí alrededor se vislumbraba: La pintura ya caída de las paredes cubría
la madera ajada del suelo, las butacas que se situaban en el palco de aquel
teatro estaban rotas y hechas triza, el telón tenía un color rojo apagado, sin
vida, cómo todo lo que había allí dentro.
Cerré los ojos y suspiré hondo. Recorrí aquel negro piano con mis
dedos, hasta llegar a las teclas, fundiéndome en ellas. Comencé a tocar aquella
melodía.
Las agudas notas salían con una fuerza incontrolable, envolviendo la
sala. Por un momento me evadí y recordé aquellas noches estrelladas en las que
miles de personas venían a vernos, subidos en aquel escenario. El dúo
Ainsworth, él ponía la voz y yo la melodía. Formábamos una combinación
perfecta. Demasiado.
La última nota de aquella canción me devolvió a la realidad y las
palabras de mi mejor amigo retumbaron en mi cabeza: Siento que sea así. Solo espero que me perdones y me olvides. Que sepas
saber seguir sin mí.
[…]
La canción sonaba una y otra vez. Su letra daba vueltas y vueltas en mi
cabeza. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, igual que cuando el posó
su delicada mano sobre mi hombro por primera vez. La primera vez que, al
mirarle a los ojos, supe que nada iba a ser igual.
No
puedo comprar tu amor,
ni siquiera quiero intentarlo,
algunas veces la verdad no te hará feliz,
así que no voy a mentir,
pero nunca preguntes si mi corazón late solo por ti,
porque late solo por ti.
Sé que estoy lejos de lo perfecto,
nada como tu séquito,
no puedo concederte ningún deseo,
no te prometeré las estrellas,
pero nunca preguntes si mi corazón late solo por ti,
porque late solo por ti.
Porque cuando te estás dando por vencido,
cuando no importa lo que hagas,
nunca es lo suficientemente bueno,
cuando nunca pensaste
que se pudiera alguna vez llegar a este pensamiento,
es entonces cuando sientes mi clase de amor.
ni siquiera quiero intentarlo,
algunas veces la verdad no te hará feliz,
así que no voy a mentir,
pero nunca preguntes si mi corazón late solo por ti,
porque late solo por ti.
Sé que estoy lejos de lo perfecto,
nada como tu séquito,
no puedo concederte ningún deseo,
no te prometeré las estrellas,
pero nunca preguntes si mi corazón late solo por ti,
porque late solo por ti.
Porque cuando te estás dando por vencido,
cuando no importa lo que hagas,
nunca es lo suficientemente bueno,
cuando nunca pensaste
que se pudiera alguna vez llegar a este pensamiento,
es entonces cuando sientes mi clase de amor.
Cada letra, cada palabra, cada frase hacía que tu imagen se hiciese
cada vez más presente. Aún no entiendo los motivos por los cuales te fuiste,
pero me enseñaste a quedarme solo con lo bueno. Me enseñaste a levantarme, a
luchar por los sueños, a reír y a amar. Fui feliz a tu lado porque te descubrí
de verdad. Aquella imagen tuya de chico serio y frío. Aquellos ojos llenos de
melancolía. Aquel pelo negro azabache…
Creí conocerte desde siempre por el simple hecho de que eras mi hermano.
Reconozco que te subestimé muchas veces y que, incluso, te deseé la muerte. Y
aún sabiendo esto, me dejaste que te viese en tu estado más puro. Lo que eres.
Sin ataduras. Me dejaste conocer tu esencia.
[…]
9 de Diciembre de 2009.
Era un frío día de invierno. Desde la ventana de nuestra habitación
podía contemplar el brillante cielo cubierto de nubes blancas, los tejados de
algodón y los árboles desnudos.
Adoraba los días de nieve. Quedarse en casa, sentada en mi sillón con
un buen libro, al calor de la hoguera.
[…]
Por aquel entonces yo tenía 16 años y vivía en una pequeña casa con mis
padres y mi hermano mayor Blake, a las afueras de la ciudad de Londres.
Compartía habitación con Blake, nunca me había incomodado, pero me
gustaba tener mi espacio de intimidad. Teníamos confianza, quizás no la
suficiente o la que me gustaría. Podía decirse que teníamos la típica relación
de hermano-hermana.
Sé que él estaba con una chica menor, creo que de mi edad. Y eso no me
hacía especialmente feliz la situación, aunque sabía disimularlo.
Recuerdo que bajábamos todos los viernes a la City para el espectáculo.
El Royal Albert Hall lucía diferente cuando nosotros estábamos dentro, subidos
en aquel escenario. Él la voz y yo la
melodía.
Pero aquel viernes sería diferente. Y cambiaría nuestras vidas para
siempre. Al menos la mía, si que la cambió.
[…]
El
Royal Albert Hall rebosaba vida: El incesante tráfico humano bloqueaba las dos
puertas de entrada y el taquillero. Las luces de los coches iluminaban un cielo
que, aunque estaba gris, anunciaba una gran noche. Y la luna llena brillaba en
lo alto con una fuerza inconfundible e inigualable. Dentro, los asientos iban
quedando ocupados poco a poco y la gente inundaba la sala con sus risas y
murmuros.
Yo,
como cada viernes, me asomaba tras el rojo telón que cubría el escenario a
contemplar. Las manos me seguían temblando como el primer día y no hacía más
que resoplar. Mi hermano Blake, por su parte, estaba sentado en un gran sillón
de color amarillo cubierto por un tapiz de flores que, para mi gusto, no
combinaba nada bien con la decoración de aquel teatro. Tenía la mirada perdida
en el infinito, pero mantenía esa actitud impasible que tanto le caracterizaba.
Las
luces del teatro se fueron apagando una a una y el telón se abrió al completo.
Los murmuros de los asistentes fueron cesando, y la sala quedó sumida en el más
profundo de los silencios.
El
foco central se encendió, iluminando mi negro piano de cola. Salí con elegancia
desde una de las puertas laterales y me senté con delicadeza en la silla.
Coloqué la partitura y comencé a tocar.
Blake
apareció poco después por la puerta contraria, miró al público y se acercó a
mí. Posó una de sus manos en mi hombro y comenzó a cantar. Las palabras salían
con fuerza de su garganta, como en un arrebato. Me miró como nunca lo había
hecho y comenzó a llorar mientras cantaba. El mayor espectáculo para la vista.
Mi vello se erizó al verle así, con esa garra. Maravilloso.
Su
voz firme inundó toda la sala. No se le quebró ni un momento. Yo seguía al
piano, deslizando mis manos con ímpetu. La gente se quedó boquiabierta.
Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel
El micrófono huele a cerveza
y el calor se podría cortar
solitarios oscuros buscando pareja
apurándose un sábado más
Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: "pareces cansado"
y aún no ha salido ni el Sol
Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel.
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel
El micrófono huele a cerveza
y el calor se podría cortar
solitarios oscuros buscando pareja
apurándose un sábado más
Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: "pareces cansado"
y aún no ha salido ni el Sol
Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel.
Llegó
un punto en que mi cuerpo se movía solo, porque yo, al igual que el resto de
los allí presentes, estábamos embriagados por la increíble voz de Blake.
Deseaba que fuese eterno. Nunca había visto a nadie en su estado más puro, no
como él.
Con
la última nota de mi piano, el foco central se apagó y la gente se levantó de
sus asientos, aplaudiendo y echando flores al escenario.
Blake
se acercó a mí, temblando, y dejó caer su peso sobre la silla del piano. Me agarró
la mano y pude notar su fría temperatura. La apreté con fuerza y sobre ella
cayó una lágrima. Luego me abrazó y me susurró al odio lo que llevaba deseando
mucho tiempo.
-Te quiero hermana. Nunca lo olvides,
pase lo que pase.
Me
ayudó a levantarme de aquella silla y nos acercamos al borde del escenario. El
foco nos iluminó y, aún dados de la mano y con los sentimientos a flor de piel,
hicimos un par de reverencias mientras éramos ovacionados por el conmocionado
público.
[…]
Entré
en mi camerino, aún en shock por todo lo que había pasado aquella noche. Nunca,
repito NUNCA había visto así a Blake. Tan frío, tan distante, tan firme, tan
él. Y hoy, en cambio, parecía desprotegido, con falta de cariño. Su mirada
mostraba melancolía, era profunda como la noche y estaba perdida.
Un
portazo me devolvió a la realidad. Blake cogió un vaso del armario y lo golpeó
contra la mesa. Luego, saco una botella de whisky y se sirvió.
Me
quedé observándole durante mucho rato y él, aunque lo había notado,
sorprendentemente no se inmutó.
Estuvimos
más de diez minutos parados sin saber la razón hasta que yo, debido a un
impulso movido por una fuerza desconocida, me acerqué al sofá en el que estaba
recostado.
No
me acuerdo exactamente que era lo que iba a decirle, porque sus delicados dedos
se posaron sobre mis labios. Sus ojos se clavaron en los míos, haciendo que un
escalofrío recorriese mi columna y un suspiro ahogado saliese de mi garganta.
Con
una mano sujetó mi barbilla y con la otra, después de dejar la copa de whisky
en el suelo, me acercó a su pecho. Noté con la rapidez con la que latía su
corazón y, sin saber cómo, su aliento en mi fría nariz.
Me
giró y me sentó con delicadeza en el sofá, depositando un leve beso en mi
frente, luego en mi mejilla y finalmente en mi cuello. Acto seguido levantó la
mirada, esta vez cargada de dulzura, y me sonrió.
[…]
Nuestros
cuerpos desnudos se fundieron en un embriagador abrazo y mis labios buscaron
los suyos con deseo. Encajaban a la perfección y deseé no soltarle nunca.
Volvió a apretarme con fuerza contra torso y comenzó a cantarme al oído la
canción.
Después,
tomo un sorbo de su copa y me dio a mí para probar. Su amargo sabor se mezclaba
con el dulce de las fresas que reposaban sobre la mesilla. Blake cogió otra con
su boca y me la dio.
Recorrí
su torso con el dedo y simulé que estaba tocando una melodía al piano. El rió
traviesamente y volvió a envolverme entre las sábanas.
[…]
A
la mañana siguiente desperté recostada sobre su pálido pecho y una amplia
sonrisa adornaba su angelical cara.
Mi
paladar sabía a una mezcla entre whisky, fresas y tabaco. Y así durante un par
de años. Ya me había acostumbrado a ese sabor, pero dice que nada es eterno, y
quién mejor que yo para saberlo.
[…]
Recuerdo aún sus palabras de despedida. Y no sé si creerme que se fue por vergüenza, cobardía o porque,
de verdad, había vivido en una mentira. Tampoco sé que es de él ahora, y
tampoco me importa.
Fui feliz, no lo niego y repetiría sin dudarlo, no voy a decir que no. Pero
también sé que él no volverá y que, aunque miles de noches confundo a mi
cabeza, mi corazón ya no se deja engañar.
Con él aprendí a mirar la vida desde otra perspectiva, a no juzgar sin
conocer. Descubrí lo que era el amor y también el sufrimiento. Conocí tantas
cosas de la vida que puedo decir que sé cuál es su verdadera esencia.
[…]
Guardo aún un pequeño frasco que contiene aquella esencia que tanto
ansía la gente. Dentro están guardados muchos recuerdos suyos, muchas cosas
vividas y aún más las que quedan por vivir.
Intento no aferrarme al recuerdo y mirar siempre hacia adelante, pero
su abandono supuso un golpe muy duro para mí. Así que yo os tiendo mi más
preciado tesoro, para que vosotros sepáis aprovechar la vida durante más tiempo
de lo que lo hice yo, Katia Ainsworth.
Cuando las palabras dejan de serlo.
Hay veces que las palabras dejan de ser eso, palabras, y
pasan a convertirse en aquello que, sin quererlo, puede cambiarte la vida.
Para contaros esta historia, quizás sea mejor empezar por el
final para que entendáis mejor el principio. O empezar por el principio para
que, al final, hayáis aprendido algo. Sea como sea, ésta historia, mi historia
y la de mucha gente, debe ser contada.
Si no me equivoco, a muchos de vosotros os dará igual lo que
os relate en las próximas líneas. Poniéndome yo en vuestro lugar, a mí también
me daría igual. Pero luego me paro a pensar y digo, si alguna vez nos
preocupáramos por los demás, de sus vidas, de lo que nos tienen que decir o,
por el contrario, de lo que tienen que callar, nada de lo que leeréis a
continuación hubiese sucedido.
Soy Anna, Anna Nowak. Nací hace diecisiete primaveras en un
pueblo de Polonia de cuyo nombre no quiero acordarme. No tuve una infancia
fácil, nada fácil. Mis padres estaban todo el día fuera debido a sus
respectivos trabajos y, cuando llegaban a casa, no hacían más que discutir.
Luego, estaba el hecho de quedarme todo el día con niñeras que olían a pollo
frito y que, siendo sincera, me trataban como un bicho raro. Todo el mundo me
trataba como un bicho raro. En el
colegio apenas tenía amigos, cada vez menos. Tampoco supe nunca porqué era
diferente. Supongo que son etiquetas que pone la gente.
A la edad de trece años, me mudé aquí, a España, con mi
abuela, dado que mis padres se separaron y ninguno quería cargar conmigo.
Las cosas aquí no hicieron más que empeorar, aunque yo al
principio no me quise dar cuenta. Empecé de 0 en un nuevo instituto, teniendo
que adaptarme a la gente, y sobre todo, al idioma. Mis compañeros se reían de
mí por todas las dificultades que tenía al hablar español: Me costaba
pronunciar y a veces se me olvidaban las palabras. Pero no me importaban sus
comentarios, ya estaba acostumbrada, o eso creía yo.
Los primeros años de la ESO transcurrieron así, como el
primero, hasta que llegué a cuarto. Había repetido dos cursos, y los pocos
amigos que tenía ya se habían ido. Aunque, siendo sincera, ya me había
acostumbrado a la soledad. Pero esta, es otra historia…
Estábamos, si mal no
recuerdo, en Febrero. Un día de aquel frío mes, gente aún sin nombres y
apellidos, crearon una web sobre cotilleos de todo el instituto. Entré de las
primeras, y me sentí aliviada al ver que no había nada escrito sobre mí. Aún.
Aquella página web fue
creciendo y creciendo, hasta el punto de que todo el mundo podía crearse su
propia cuenta y comentar. Bien fuese verdad o no. Estaba claro que, llegados a
ese punto, no te podías fiar ni de tu sombra. La gente cada vez confiaba menos en
los demás y, aún así, se llevaban sorpresas. Por suerte, eran rumores que iban
y venían, y que, con el tiempo, se iban olvidando.
Pasaban los meses y,
todas las personas que asistían a este centro, iban cayendo en “sus garras”. No
se libró nadie, ni profesores ni alumnos. Y yo, no fui una excepción.
Mi caso fue, sin duda,
el peor y más cruel de todo. No solo por el “odio” que me tenían algunos, si no
porque, de verdad, lograron hacerme mucho, mucho daño.
No es tanto el mensaje
del propio rumor, si no el interés de mis compañeros en sacarlo a la luz.
Apuesto a que, como los demás comentarios, este iba sin intención de hacer daño.
Pero, es así, como más daño se hace.
Desde el momento en
que aquellas personas dieron a enter y publicaron ese comentario que decía: ¿Conocéis a esa rubita con cara de
inocente? Sí, esa tal Anna, polaca. Pues chicos, id con los ojos bien abiertos,
porque una víbora anda suelta. Desde ese momento, comenzaron a destrozarme
la vida. Porque, como bien he dicho al principio, llega el punto en que las
palabras dejan de ser eso, palabras.
Lo que al principio
era un juego, una diversión, algo con lo que pasar el rato, se fue convirtiendo
en un verdadero dolor de cabeza y el camino se me iba haciendo cada vez más
cuesta arriba.
Los días pasaban y el
rumor que rondaba en torno a mi no desaparecía. Es más, sucedía todo lo
contrario. Al caminar por los pasillos del instituto, mis compañeras me miraban
de arriba abajo y, los chicos se acercaban y me hacían gestos salidos de tono,
a los cuales, yo no respondía. Lo peor, es que ellos no se daban por vencidos y
seguían intentando sacar esa faceta de “guarra” de la que estaba siendo… ¿Cómo
explicarlo? Acusada.
De ese comentario
“inocente”, comenzaron a surgir más y más. Yo nunca he sido una chica que ha
dado la cara; siempre he sido más bien, todo lo contrario. Nunca me atreví a
decir que aquello era mentira ni intenté que la gente me creyera. Me limité a
girar la cara a aquellos que me hacían daño y esperar a que llegase la calma.
Supuse que podría
superar la situación, pero si a la soledad, sumas comentarios dañinos a tus
espaldas, la situación termina por reventar. Mis notas comenzaron a bajar
considerablemente, empecé a faltar a clase y lloraba todas las noches. Y aún en
mi ausencia, seguía siendo la comidilla de todos los grupitos de aquel
instituto: Desde los de Primero de la ESO hasta los de Segundo de Bachillerato.
Mentiría si dijera que
no intenté suicidarme, pero mi abuela era una razón de peso suficiente para no
hacerlo. Ella fue la que estuvo conmigo, la única que me creyó y la que, tras
poner una demanda al centro escolar, me cambió de instituto.
Con mi marcha, se
comenzó a investigar a los posibles autores de la página, pero no hubo
resultados. La web fue cerrada y poco a poco se fue olvidando la situación. En
mi nuevo instituto, los primeros meses, fui tachada de “víbora”, al igual que
en el anterior. La verdad es que había llegado más lejos de lo que yo pensaba.
Luego, las cosas fueron bien, relativamente.
He estado acudiendo a
psicólogos desde entonces, ya que sufrí de depresión grave. Mi abuela fue, como
ya he dicho, mi máximo apoyo. Ahora, tengo también un par de amigas que conocí
en mi nuevo instituto, que sí que se pararon a conocerme…
Esta historia, aunque muchas veces no salga a la luz, es
real. Hay en el mundo muchas personas llamadas “Anna Nowak” Algún día puedo ser
yo o tú. Han podido ser muchos los que hayan pasado por una situación igual a
esta. Quizás me he puesto en el extremo, puede ser. Pero esto, en mayor o menor
nivel de gravedad, ocurre.
Los rumores nacen sin intención de ofender, simplemente de
pasar un buen rato. Pero, llega un punto, en el que estos comentarios se nos
van de las manos. Y ocurre lo que acabamos de leer.
Así que termino como comencé esta reflexión: Un rumor, no es ni más ni menos que palabras. Palabras que se utilizan cuando no hay nada de lo que hablar y conseguimos un blanco, por llamarlo de alguna manera, fácilmente vulnerable. Es muy fácil propagar un rumor; bien sea por su novedad, su exclusividad o su morbo. Pero, ¿es tan fácil eliminarlo? Yo creo que no.
Así que termino como comencé esta reflexión: Un rumor, no es ni más ni menos que palabras. Palabras que se utilizan cuando no hay nada de lo que hablar y conseguimos un blanco, por llamarlo de alguna manera, fácilmente vulnerable. Es muy fácil propagar un rumor; bien sea por su novedad, su exclusividad o su morbo. Pero, ¿es tan fácil eliminarlo? Yo creo que no.
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