martes, 8 de abril de 2014

·360·

Septiembre-Octubre, 2085

Querido Sebastian,

Los escombros se resquebrajan bajo mis pies. Todo lo que conocíamos hasta ahora, nuestro mundo, ha cambiado. No queda nada de esta ciudad que pueda recordar a lo que ha sido días antes.
En mi mente tintinean las imágenes de la catástrofe, de todo aquello que era obvio que pasaría y que, sin embargo, ninguno quisimos aceptar.

Aún queda un ápice de esperanza en mi de poder encontrarte. A ser posible con vida. Pero a medida que avanzo entre los edificios calcinados, esa pequeña ilusión es caza vez menor.
¿Como hemos podido llegar hasta aquí? Me pregunto incesantemente. Aún así, mi cabeza no encuentra una respuesta. Quizás sea lo mejor.

Los días pasan y los llantos desconsolados de los pocos supervivientes se hacen cada vez más presentes, hasta tal punto que, pasado el mes de Septiembre, es lo único que puedo escuchar. Después, solo silencio.

Llevo caminando días y noches buscando una señal que, por minúscula o insignificante que sea, me devuelva la esperanza. La misma que me diste tú cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor. Pero me equivoqué.
Aún recuerdo tus ojos verdes. Esos ojos que me calmaban cuando todo parecía desmoronarse. También recuerdo tus brazos, los que me rodeaban con fuerza y hacían que me sintiese protegida. Tu pelo, el cual siempre alborotaba con los dedos porque me encantaba hacerte rabiar. Y tu sonrisa, esa sonrisa tímida que me enamoró desde el primer momento en que la vi.
Recuerdo la promesa que me hiciste al marcharte la primera vez. Nunca más me dejarías sola. ¿Dónde estás ahora cuando más te necesito?

Por favor Sebastian, vuelve.

Sentí como una fría lágrima recorría mi mejilla. Dejé el lápiz y el papel en el suelo y grité. Grité de la impotencia, del miedo, de la incertidumbre,... Grité porque no quería llorar, no quería ser débil. Grité porque le echaba de menos y porque sabía que, quizás, no le volvería a ver más.
Me dejé caer de rodillas al suelo, mi cuerpo me pesaba demasiado. Me faltaba la respiración y notaba como la linea del horizonte se iba desdibujando cada vez más, y más, y más, ...

...Días más tarde...

Un olor nauseabundo, mezcla de productos químicos y cadáveres putrefactos, penetró por mi nariz, haciendo que me despertase. Seguía aturdida y confusa. Sobretodo confusa. Examiné con detalle la sala en la que me encontraba: Era una habitación minúscula que carecía de ventanas. Las paredes estaban pintadas de un inmaculado blanco, y lo único que había en ella era una pequeña mesa, una camilla de experimentos y yo. No recordaba con exactitud como había llegado hasta allí, pero supuse que mi inconsciente habría hecho el trabajo.
Parecía un lugar seguro, probablemente de lo poco que se había librado de la catástrofe. Las paredes estaban frías. Di dos golpecitos en ellas, y el sonido retumbó en toda la habitación. Una habitación blindada.
Pero, a pesar del aspecto 'acogedor' de aquella especie de tanque, no pude quedarme y eche a correr. Debía de encontrarle.

Corrí con todas mis fuerzas, las pocas que me quedaban. Corrí lo más rápido que pude, y al fin llegué. Una colina se alzaba ante mi, firme, impasible ante lo que acababa de ocurrir. Me arrastré hasta la cima, arañando la ladera con mis uñas, esperando que así fuese más fácil el ascenso.
Un aire seco acariciaba mi melena. Las vistas desde arriba eran atroces, escalofriantes: Los rascacielos que antes se alzaban sobre la ciudad, amenazantes, ahora habían quedado reducidos a cenizas. La vitalidad que la gente desprendía a todas horas, estaba sumida en un eterno silencio. Las calles rebosantes de actividad, albergaban ahora almas en pena que, como yo, buscaban algo en lo que poder creer de nuevo. Nueva York, la ciudad que nunca duerme, había caído en un sueño profundo del que no iba a despertar jamás.

Me aferré a la carta que días antes había escrito. Las cosas habían dado un giro de 360º y me era imposible imaginar una nueva vida así, vacía. Sin él.

Solté aquel trozo de papel y dejé que el viento lo arrastrase de vuelta a la ciudad. Soñé, por unos instantes, que Sebastian recibía la carta, que estaba vivo, que sería menos difícil empezar de 0. Pero habían pasado demasiadas cosas como para vivir de un sueño, y, aquel gris escenario, me devolvió a la realidad.

...Noviembre, 2085...

Los primeros copos de nieve comenzaron a caer con fuerza, pero se desvanecieron en cuanto tocaron el ardiente suelo aún repleto de escombros. Puede que fuese una señal, puede que ya no quedase vida en esa maldita ciudad. Puede que estuviese sola.

El mero hecho de darme por vencida me aterraba. No porque no lo hubiese intentado, si no porque me negaba a pensar que él ya no estaba. Pero había pasado un mes, y las posibilidades de encontrarle eran ya casi nulas.

Hoy. Diciembre, 2085

He perdido el rumbo de mi vida. He removido cielo y tierra tratando de lograr algo que, desde el principio era prácticamente imposible. Le he perdido y, con él, me he ido yo.

Aún sostengo en mis manos aquella carta que escribí. Está ennegrecida y llena de sangre. Recuerdo que la encontré posada en una tubería de hierro. Un poco más adelante, estaba su camisa. Un hombre, ya ajado por el frío y la miseria, me dijo que un chico de ojos verdes como la esmeralda había muerto hace escasos días cerca del lugar donde me haya. La casa en la que se encontraba escondido, se desplomó sobre su cabeza. No fue capaz de escapar. Vagué por la ciudad, sin rumbo, intentando engañar a mi corazón de que aquello no era cierto. Pero lo es. 

Noto como la tierra se mueve bajo mis pies. Mi mundo interno se vuelve a desmoronar. Otro giro de 360º. Y ya no soy capaz de empezar de cero. Ni siquiera de intentarlo. Poco a poco me veo sumida en un profundo sueño del que nunca volveré a despertar. Jamás.